jueves, 6 de marzo de 2008

Las once, casi medio día...

Ojos amarillos, tristes y perdidos. Quiero saber de ti pero te esfumas y no regresas ni con el viento. Hay tantas cosas que escribir, que disfrutar y que lamentar pero todo se detiene en este tiempo tan acelerado e inconcluso. Y no es nostalgia, no es melancolía eso ya ha quedado olvidado en mi vientre y en mi corazón; es sólo una reflexión de este fluir constante. Observo detenidamente las partículas de mi conexión con la tierra y me doy cuenta que todavía existe un amplio vacío entre mis pies y la superficie. Ahora el único deseo que tengo es dejar de flotar para sentir las raíces en mi cuerpo. Quiero alas para emprender un vuelo rítmico y duradero. Perder el miedo a mi ritmo natural, desvanecerme y contar las constelaciones; hoy todo es aparente.
El mañana no existe, o ¿es que acaso estoy bailando en el mañana? El presente se me esfuma y me deja vacía, me hace sentir que todo está perdido en mi exterior y que lo único que me queda es esa espiral multicolor que sube y baja por entre las montañas y se pasea libremente entre balcones y calles cuando todo está dormido, los árboles gozan y las estrellas caen como cenizas hacia nuestros cuerpos.
*
Las once, casi medio día, el cerebro empieza a trabajar.
Medio día y mi cuerpo media vida.
Vida media y el medio día se esfuma.
Tiempo constante, tiempo acelerado,
ritmos presentes, atardeceres pasados.
Bailes eternos, noches infinitas.
Las once, casi medio día, mi cerebro gira y gira.
Melodías ahí, bailes allá, letras aquí.
Arriba, abajo, en medio a un lado...
Las once, casi medio día, el cerebro es una alegoría.
Miradas ocultas, sabores oscuros, sensaciones reales,
sonidos futuros, olores al gusto..
Presente, pasado y futuro.
Todo es uno.
Las once, casi medio día, la melodía continúa.