Encontré las dos orejas de Van Gogh. Las tengo conmigo, a un lado de mí; han transcurrido años de ceguera, de preguntas sin respuesta. No estoy aquí, estoy contemplando las estrellas sin ninguna sensación aparente... no lloré, no aluciné y sin embargo mi vista está más clara que ayer, que hace cuatro años.
No estoy admirada, ahora soy una burbuja hermética que se comprime sin daño alguno; nada entra en mi y nada sale. Observo una y otra vez el huevo que me comprime y lo tomo, lo hago mío. De repente lo adoro y siento cierta atracción hacia él. Hacia esa masa que me abandona y me abraza, me toma y se hace parte de un recuerdo que se esfuma. Me comprimo, te comprimes y ya no somos tú y yo... ni siquiera yo soy ¿o seré? Las preguntas, las respuestas se siguen diluyendo, diluyendo en la sangre, en tú sangre.
Mi sangre ya no vive ya no muere sólo es una flor en un organismo. Un ser vivo dentro de un ser vivo, dentro de mi cerebro, de mis venas y de una pupila que cubre los mares y los valles.
Fuiste un destello en un invierno y hoy me rio de mis deseos, de todo lo anelado y lo sufrido... de los juegos y desprecios. Me burlo de ti, de él, de mí.
Tantas lunas, tantas estrellas... los gritos, las lágrimas, el arte, los placeres... sigo sentada y escribiendo por que el mundo no es mío, ni tuyo... no es nuestro y sin embargo soy uno... estoy aquí de nuevo. Respiro y vuelvo a bailar a saborear el aroma a Sol, a tierra muerta, a tierra seca. A eternidad, a letras que hablan a través de mis manos y no dicen nada, se quedan mudas junto con el murmullo del viento.
Mis mensajes no llegan a aquél cerebro que se fue sin decir adiós, su dolor ya no es el mío, su causa está enterrada o quizá está debajo de esa alfombra empapada de polvo y de lágrimas, de tropiezos que no recogen heridas ni miradas que no se han ido y están ocultas en las ventanas confundidas...