El cielo calla cuando se aproxima el verano.
Las olas danzan al compás de la hija luna,
la madre tierra observa callada y detenidamente
el delirante regocijo de la estación.
No hay errores en ella. Sólo respira profundamente
para apaciguar su dolor, grita catastróficamente
y alivia las heridas de una generación que no supo sostenerse
sobre la espuma del mar.
Hoy se vomita sobre nosotros, se desintoxica
de una enfermedad que ha sido arrastrada durante
millones de horas deslumbrantes. A través de los
siglos en dónde se olvidó que ella era la reina,
la madre que aloja en su vientre a miles de mentes
desesperadas, dormidas en medio de bailes y melodías
rítmicas que ensordecen a una humanidad desolada.
La enfermedad está aquí y ¿el remedio? El remedio
tal vez esté escondido debajo de las piedras, en la profundidad
de los bosques o en el centro de uno mismo.
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