Llegar a un punto en donde el progreso no puede sentir los avances del tiempo. Saborear la energía que pretende ser inhalada por un cuerpo fresco pero desmoronado. Sentir la tierra y abrazarla, coger un pedazo de sabiduría tal vez del aire o del fuego. La locura es un punto en el vacío que parece hueco pero en realidad no lo es, existe algo que complementa la transparencia de su historia.
Los atardeceres y las añoranzas son infinitas cuando el cuerpo se siente solo en una ciudad grande y ruidosa. Todo esto acontece y deja de acontecer en un lugar donde el caos es el nombre que lleva impreso, la prenda que viste a diario sin ser desgastada pero si ensuciada con sangre anónima, con gritos mudos que ensordecen aunque la voz viaje sin ser percibida. Los sentidos se agudizan y se pierden en un instante. Los colores se desvanecen, los sonidos son alaridos sin clasificación o reconocimiento; todo es un devenir en el tiempo fragmentado, en la dualidad de elecciones y sentimientos... en la realidad desdibujada, en lo que acontece fuera de lo verdadero.